Un loop eterno
Argentina vivió etapas terribles, sanguinarias, violentas, convulsas. Alternancias entre dictaduras y gobiernos democráticos. Nuestra trágica historia nos trae a nuestra absurda actualidad, compuesta de leyes y reformas a nuestra carta magna organizadas a la medida de una casta inmanente. Nuestros gobernantes; en las trincheras de la batalla por su permanencia tribal sólo se han dedicado a generar políticas que justifican un incremento del organigrama administrativo y a malversar presupuestos para solucionar los desbalances devenidos de ese mismo incremento; un loop eterno de supervivencia. Y cambian las administraciones y reinicia el loop. Otra vez.
Sobre el final de nuestra última dictadura, un jactancioso consenso político apuró el reparto del bacalao entre los que ya estaban y los que llegaban. Oligarcas, punteros, burócratas se agenciaron su parte y se multiplicaron las estructuras administrativas hasta lo insoportable. Un oscilante federalismo cedió en oleadas la capacidad de actuar a discreción en el crecimiento de las estructuras provinciales y municipales. El regreso de la democracia tuvo mucho de apaño, componenda y reescritura de curriculums pretendidamente heroicos y republicanos. Primó el corto plazo, la imagen sobre el contenido y los fundamentos. Un caciquismo infantil hizo hincapié en “aquellos” que pronunciaban los discursos, brilló el decir sobre lo dicho. Lo superficial, vacío de contenido y rellenado de dogmas en blanco y negro aniquilaron el razonamiento y la historia.
El sistema de partidos se financia oscuramente desde entonces repartiendo porciones fértiles del Estado. Capas geológicas de cargos y puestitos viralizados por todo el territorio en un entramado arácnido que vendió favores a cambio de permanencia. Nuestro poder legislativo no es más que una banda de levantamanitos. La justicia no es más que un órgano enfermo, lento e inútil. Su esencia misma lo hace incapaz de ir tras los poderosos. En los albores de la actual democracia la sobreactuación fue un curarse en salud para ocultar las relaciones pasadas con la dictadura
Una impensada superpoblación de nuevos progresistas, compuesta por cómplices y hasta artífices del proceso de reorganización, se apuraron tardíamente a combatir una dictadura terminada. La tarea era vital para limpiar las huellas del pasado y entronar un nuevo régimen. Un nuevo tabú que necesitaba de su dogma y mitología. Era menester inventar, recrear hasta la saturación en las artes y en los medios. La epopeya y el bien superior disimularon el punterismo, la corrupción, el clientelismo compra votos, la insana práctica de rentar militantes adosándolos a la administración pública, el manejo discrecional de la pauta para controlar la prensa.
Esta connivencia de castas políticas plasmada en turnos más o menos breves nos da dirigentes mediocres. Auténticos sucedáneos vendedores de baratijas. Plataformas indiferenciadas de consignas vacías y obviedades. El perverso proceso eleccionario actual, prácticamente impide el debate serio, la planificación, la erudición. La casta enraizada ha de preocuparse primariamente por su permanencia y la consecución de los millones de tácitos contratos que sostienen esta estructura.
Los medios de comunicación, sumisos ante la doble pinza de la epopeya mítica republicana y de los contratos blancos o negros que sostienen su propia existencia han desvariado o, en el mejor de los casos, callado. Vacas sagradas amparadas en los libros sagrados post dictadura se beneficiaron con una impunidad periodística aduladora. Violentos, corruptos, bañados en una virtud de perogrullo lograron ocultar por décadas su pasado y su actual modo de vida, sus prontuarios, sus negocios.
De vuelta, la forma sobre el contenido, dependiendo del “quiénes” se permitió la delincuencia, incultura, la mentira, la apología del delito. Una marea intelectual y académica fue el coro de niños que arrulló esta estulticia. Otra vez, o aplaudieron o callaron.
Si vergonzante es el silencio de quienes vivieron la dictadura sin combatirla o enfrentarla y un punzante dedo acusador los ha señalado, cuanto más podemos decir de quienes, sin estar amenazados por la violencia institucional o la censura concreta, en plena democracia, eligieron el camino de la autocensura, la corrección política por miedo a ser tildados de “vo’ so’ la dictadura”.
La insanía social imponía que, ir contra la mitología progresista, instaurada cuando ya la dictadura había terminado era avalar esa misma dictadura. Y este sinsentido se mantiene artificial pero incandescentemente vivo 34 años después!
Hoy, terminado el espanto de corrupción y mendicidad que fue el gobierno kirchnerista, prosigue el método administrativo que es un quiste mayor al cuerpo que habita: la administración clientelar y corrupta del sistema estatal. Con la democracia no se curó, no se educó, no se trabajó ni se progresó. Usada como un trapo viejo, la democracia fue una portada frívola para los políticos. Estos bolsones improductivos no pueden acordar cuestiones mínimas que impliquen solidificar nuestro sistema republicano, pero asistimos a sorprendentes unísonos a la hora de incrementar impuestos, avalar endeudamientos, aumentar sus dietas o legislar sobre aspectos políticamente correctos e impracticables: condenar el efecto invernadero o la obesidad infantil.
Le fallamos a la democracia, le fallamos a la República. Fallamos por miedo o por conveniencia. Nos ponemos en manos inútiles o malvadas. Y después, con total desparpajo, nos sentimos traicionados por ese guiso político-mediático-cultural, que nos dio la pastillita azul. Y que nosotros tragamos gustosos.