¿Va a estallar Venezuela finalmente?
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Por: ALICIA HERNÁNDEZ. CARACAS
Hace meses analizamos por qué, a pesar de las condiciones para un conflicto grave, este no se producía. Hoy el panorama es aún peor, y el equilibrio, más complicado que nunca
En mayo de 2016, desde todas partes se decía que Venezuela estaba a punto de entrar en una guerra civil, un estallido social que prendió las alarmas de las mesas de redacción de medio mundo. Menos en el propio país. Acostumbrados como están los venezolanos a la montaña rusa política y económica, hubo más revuelo entre las páginas de internacional de las grandes cabeceras que en las calles, ocupadas en el día a día. Si bien hubo un momento de crisis, se calmó con los paños calientes del diálogo. Ha corrido mucha agua bajo el puente desde entonces y parece que nos encontramos ante un nuevo punto de ruptura. La pregunta es: ¿esta vez sí estalla?
Si las condiciones de entonces eran malas, la cosa no ha hecho sino empeorar. Y si hablamos como entonces del síndrome de la rana dentro de la olla con agua que se calienta poco a poco, en este momento el batracio tiene como mínimo las ancas ya cocinadas.
El revocatorio... o cualquier elección
El muro de contención, el carril por el que podía canalizarse el descontento popular ya no está. Desde octubre pasado el Consejo Nacional Electoral dejó en suspenso el referéndum revocatorio por el que se elegiría si se saldría o no de Nicolás Maduro como presidente. Hubo movilizaciones de calle, pero también se apaciguaron con un nuevo capítulo del diálogo. Cuando ya se vio que el plebiscito no iría a ningún lado, la oposición se centró en las elecciones a gobernaciones (Comunidades Autónomas) y a las alcaldías. Las primeras deberían haberse hecho en diciembre pasado y las segundas en el mismo mes de este año. El CNE aplazó las primeras sin dar explicación y dijo que se harían en este año. Ya casi en abril, no han anunciado cuándo serán ni unas ni otras.
No hay a la vista un proceso electoral que centre al ciudadano venezolano en una meta política a corto plazo. Y si nos atenemos a las declaraciones de Nicolás Maduro, que dijo en octubre que “la prioridad no es hacer elecciones (…) es recuperar la economía”, parece que no hay interés en que lo haya pronto. En Venezuela se habla de golpe de Estado, de dictadura. Ya se dijo en octubre y se repite ahora, con más fuerza si cabe, ante el cierre formal de la Asamblea Nacional “mientras persista la situación de desacato y de invalidez” de su actuación. Un subjuntivo condicional que parece se extenderá 'ad infinitum' o al menos hasta que la propia sala que emitió sentencia lo quiera.
Oposición sin dirección política Quizás el elemento que más inestabilidad mete en el coctel del país es este. No es el momento de mayor apoyo del Gobierno ni de Nicolás Maduro. Pero tampoco hay un apoyo incondicional a la Mesa de la Unidad, un apoyo que los arrope y ayude a “calentar la calle” literal o figuradamente. Si el momento álgido vino cuando se ganó la Asamblea Nacional y después con la convocatoria al revocatorio, los ánimos se fueron desinflando y cada vez la movilización es menor. En una marcha convocada el 23 de enero para conmemorar el día en que se salió de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez en 1957, apenas unas decenas de ciudadanos salieron vestidos de blanco.
Se suma (o resta) la división dentro de la misma Unidad. Al poco de saberse la sentencia, María Corina Machado, integrante de Vente y ex diputada, lanzó un tuit con un “Se los dije”, para remarcar su postura de 2016 en contra del diálogo. “Resultado del 'diálogo' Zapatero, Samper, Fernández, Torrijos: aniquilación de la Asamblea Nacional”. Es el roce más visible, pero no el único, como se vio en los últimos meses. A partir de hoy la Mesa de la Unidad anunciará distintas acciones, empezando por una marcha el sábado. Pero ¿será capaz de dirigir el descontento tras tantos intentos fallidos? ¿Hacia dónde lo dirigirá? Y si no es la Unidad, quién y con qué apoyos. Sin directrices y sin dirigencia clara pueden rebrotar los radicalismos que condujeron en 2014 a los disturbios violentos.
Apoyo internacional Esta vez la comunidad internacional juega un papel más relevante. Ya Perú ha anunciado la retirada de su embajador de Venezuela. México, Chile, Brasil y Colombia pidieron la restauración del diálogo, la búsqueda de soluciones, mientras que Estados Unidos calificó como un retraso a la democracia la sentencia del TSJ. El secretario general de la OEA lo tildó de "autogolpe" y pidió convocar un Consejo Permanente. La Unión Europea pidió el respeto a la Constitución y la publicación de un calendario electoral lo antes posible.
Puede que el Gobierno de Maduro esté jugando al aislamiento internacional e incluso busque su salida de la OEA. Aunque con la situación financiera que tiene –con el barril de petróleo sin previsiones de ir a la alza y llegar a los 100 dólares que sostuvo tanto tiempo al chavismo–, con cada vez menos ingresos y más deuda, esta baza se hace peligrosa. Si hace negocios en este momento con lo que tiene, en este momento el Arco Minero –con reservas de coltán y oro entre otros–, será sin la aprobación de la Asamblea Nacional, con contratos que pueden devenir en nulos. Quién entrará en ese jardín. O puede que ya cuente con los apoyos que necesita.... Aún no se sabe qué dirán y harán China y Rusia. Es clave, porque son los principales sostenes económicos del país. Si el Gobierno no quiere el aislamiento internacional, puede que en la medida que haya presión de otros países, y retirada de más embajadores, de marcha atrás y cambie de parecer.
¿Y los militares? Es la variable más opaca de todas. Igual que ocurre con el chavismo, poco se sabe del estamento castrense, sus divisiones e intenciones. ¿Pueden hacer un golpe? Rara vez se muerde la mano que a uno le da de comer, y en este caso, son los que mayores beneficios reciben del Estado, las subidas salariales más altas y los que manejan de primera mano el control de los alimentos. Aún así, es imposible saber el nivel de hartazgo dentro de los cuarteles y a qué llevaría eso.
Control social a través del tiempo Todo lo anterior (descontento, caída del carril por el voto, radicalismos), se anula con esta teoría. Es el control más sutil que hace el Estado y es incluso más fuerte que el uso de la fuerza, que ya de por sí es cada vez más notorio en las manifestaciones. Se trata de limitar el tiempo de los venezolanos a través de sus necesidades diarias.
En Caracas es donde menos se nota, porque es la zona más abastecida y con menos problemas de agua, gas y luz. Pero en el interior el día se va entre las horas que se dedican a buscar lugares donde haya alimentos o productos regulados –a menor precio–, hacer la cola para comprarlos, cargar la bombona para ver si llegó el gas, estar en casa en las horas en las que llega el agua para lavar, cocinar, almacenar. Y todo contando con que no haya cortes de luz.
Si fuera poco lo anterior, en el momento en que se tiene un enfermo en casa, el panorama se complica. Apenas se encuentran medicinas, las que reaparecieron están a precios altos, impagables para los salarios mínimos. Es una auténtica carrera de obstáculos y contrarreloj en una meta en la que a veces el premio es la diferencia entre estar vivo o no.
Si bien este ha sido un tiempo en el que se han creado lazos de solidaridad entre la gente, el que cada individuo, cada familia, deba estar pendiente de su propia supervivencia, hace que se mire hacia adentro, cada vez menos hacia afuera, y se rompa poco a poco el tejido social. Así se quiebra la colectividad, la que articula los cambios, en pos de la individualidad. Los próximos días serán esenciales para ver si el país se sigue cocinando en su propio jugo o si salta de la olla.