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A favor del descrecimiento demográfico



Se prevé que entre 2050 y 2060 la población mundial alcance los 10.000 millones de habitantes y que supere los 11.000 millones a finales de siglo.





Se prevé que entre 2050 y 2060 la población mundial alcance los 10.000 millones de habitantes y que supere los 11.000 millones a finales de siglo


La población mundial va a franquear en 2017 los 7.500 millones de habitantes, cuando en el año 2000 era de 6.000 millones y en 1950 de tan sólo 2.500 millones. ¡Se prevé que entre 2050 y 2060 alcance los 10.000 millones y que supere los 11.000 millones a finales de siglo!


Es cierto que Europa ha entrado en una fase de estabilización de su población, mientras que América del Sur y Asia, que ya estaban muy pobladas, consiguen ir reduciendo poco a poco sus índices de fecundidad. Sin embargo, la situación es muy grave e inquietante en África, sobre todo al sur del Sáhara, acarreando riesgos de hambrunas y de migraciones masivas.


La humanidad corre el riesgo de explotar

La explosión demográfica ya ha tenido efectos desastrosos sobre el medio ambiente, ya se trate del calentamiento climático debido a las masivas emisiones de gas con efecto invernadero, a la desforestación, a la erosión de las tierras cultivables causada por el abuso de abonos y la urbanización, o al dramático hundimiento de la biodiversidad. Durante los últimos cincuenta años, mientras que se duplicaba la población humana, disminuían entre un 40 y un 50% la población de las diversas especies de animales vertebrados, terrestres y marítimos, al tiempo que reducía en más de un 70% la población de las mismas especies de agua dulce.

Desde hace medio siglo el hombre se ha convertido en la principal causa de la extinción de las especies animales. Si bien, en un plazo de dos generaciones, la propia Tierra no está amenazada en cuanto planeta, corren el riesgo de desaparecer las condiciones físicas que han hecho posible el desarrollo de la humanidad.


Lo más urgente es hacer disminuir la natalidad en los países en que es más fuerte y, para ello, desarrollar masivamente los programas de apoyo a la contracepción, tipo planning familiar, centrados en la formación cultural y sanitaria de las jóvenes, que se encuentran apartadas muy a menudo del sistema educativo.

Mortíferas políticas natalistas


Este esfuerzo prioritariamente orientado hacia el sur no nos dispensa, en los países ricos, de interrogarnos acerca de la oportunidad de las políticas natalistas aplicadas después de la guerra y que siguen vigentes. Sin cuestionar la libertad de procreación, cabe preguntarse si aún está justificado que más allá de tres o incluso dos hijos el Estado fomente financieramente el aumento de las familias.

Algunos hacen observar, respondiendo a ello, que el problema de los países ricos estriba menos en el volumen de su población que en su nivel y tipo de consumo. Si nos situamos en este terreno, la reducción de la alimentación cárnica sería sin duda uno de los medios más eficaces de que disminuya la impronta ecológica en nuestros países, sabiendo que en Francia, por ejemplo, está impronta es igual al doble de la media mundial. Para reducir significativamente la impronta global de Francia se debería actuar al mismo tiempo en ambos ejes: el consumo y la demografía.

Ya no estamos en los tiempos en que el poderío de una nación se medía por el número de soldados que podía reunir en el campo de batalla. Tampoco cabe esperar resolver el problema de la financiación de las pensiones mediante la llegada al mercado laboral de un gran número de jóvenes precarizados: es ésta una política de huida hacia delante que acarrea fracturas sociales y generacionales. De lo que se trata es de reflexionar en términos de capacidad de carga —lo que los ecologistas anglófonos denominan carryng capacity—y que corresponde al volumen máximo de población que un territorio determinado puede soportar sin destruir sus ecosistemas, volumen que, por lo que se refiere a Francia, ya se ha alcanzada más que de sobra.


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